Cuando el matrimonio no resulta tan romántico como pensabas

Hace unos días, en una de mis series favoritas, veía cómo una chica soñaba con lo caballero, atento y detallista que era su novio, ¡sus impredecibles gestos nunca dejaban de sorprenderla! Hasta que ¡PUFF!, de repente cayó en cuenta que soñaba despierta cuando el eco de un eructo –de enormes proporciones– por parte de su novio (ahora esposo) la trajo de vuelta a la realidad. Sí, no lo niego, el momento me sacó una carcajada, pero más que eso, me llevó a recordar una frase que suelo emplear con frecuencia, y en tono satírico, para situaciones similares: «la confianza apesta».

Quizás lo escuchamos de familiares, amigas, compañeras de trabajo o vecinas, y es cierto: después de vivir un noviazgo –como Dios manda–; cuando llega el matrimonio, todo cambia. Claro, este cambio no debe interpretarse como algo negativo, sino como una nueva etapa, donde pasamos del eterno cortejo y la necesidad perenne del otro a la convivencia diaria sin filtro alguno. Esto amerita adaptación, y aunque es sumamente emocionante y divertido, lo cierto es que un matrimonio requiere condiciones establecidas, por ambas partes, que deben respetarse para lograr permanecer unidos, garantizar la armonía y salvaguardar el romance. Esas condiciones son las siguientes:

Aparten tiempo para ambos

El matrimonio, al igual que el trabajo y demás responsabilidades, trae consigo afanes diarios que debemos saber equilibrar, de lo contrario, los afanes terminarán asfixiando la relación. Procura brindar a tu cónyuge el lugar y espacio que merece en tu vida.

Cumplan con las tareas domésticas

Podrá sonar superficial, pero la falta de colaboración en el hogar es algo que puede acarrear conflictos y resentimiento. Nunca permitan que la carga de mantener el hogar recaiga sobre una sola persona, como matrimonio también son un equipo.

Sean modestos

Así como a nosotras nos molestan ciertas conductas que, por exceso de confianza, los hombres asumen –como el eructo del ejemplo principal, por mencionar un caso–, a ellos (aunque no lo digan) también les resultan desagradable algunas de nuestras conductas; como por ejemplo, perder el recato o descuidar nuestro aspecto personal. Así que por el bien común, y en lo que esto respecta, mantengamos cierta privacidad en la relación. La convivencia no necesariamente implica sacrificar la modestia.

Comuníquense

Una parte vital del matrimonio es la comunicación. Nunca den nada por supuesto, hablen desde lo que les disgusta hasta sus sentimientos y preferencias. Además, siempre tomen en cuenta la opinión del otro antes de tomar decisiones.

Respétense

En este punto no hay mucho que explicar: no hay justificativo alguno que avale el irrespeto entre ambos. Punto.

Perdónense

La convivencia prolongada acarrea situaciones en las que el carácter de ambos chocará. Sin embargo, más allá de las discusiones y malentendidos, el perdón se hace obligatorio. Un consejo infalible es nunca irse a la cama molestos, o como lo dice la palabra en Efesios 4:26, «…No permitan que el sol se ponga mientras siguen enojados».

Ante todo, ámense

El amor, más que un compromiso, es un pacto, primero ante Dios, luego, ante los demás. Cuando nos propusimos amar a nuestro cónyuge «hasta la muerte, en la salud o enfermedad, en la riqueza o pobreza», lo hicimos por decisión, no por emoción. Por ende, el amor genuino es abnegado y nunca caduca.

Como verás, el secreto para no perder el romance está en renovarse y cultivar diariamente tu relación matrimonial, en todos los aspectos.

#MujerInspírate

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Andrea Colina

Comunicadora Social/Periodista. Escribo, luego existo. Amante del buen cine y de los retrogames. Creativa por gracia multiforme.
JESÚS: mi verdad absoluta.

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