¿Resistencia al cambio? Razones por las que necesitas aprender a ceder

Hace un par de años, mientras hojeaba algunos libros en búsqueda de lo que sería mi próxima adquisición literaria, me topé con una frase que me impactó de una forma indescriptible: «Hay que morir, no se vale desmayarse».

¡Tranquila!, esta frase no responde a una declaración suicida, más bien es una metáfora sobre la necesidad de cambio intrínseca en toda persona, pero no de un cambio de look, de trabajo, de preferencias o de círculo social; la expresión más bien hace alusión a un cambio significativo, profundo, ese que nace del interior, y al que –paradójicamente– tendemos a resistirnos.

La resistencia al cambio es algo que todos experimentamos, bien sea por miedo a salir de nuestra comodidad, por temor a sufrir, por no saber lo que depara el futuro o por una falsa creencia en que no existe una mejor alternativa más allá de lo que vivimos actualmente. Y así, cuando le abrimos paso a esa resistencia en nuestro corazón, nos convertimos en nuestras peores enemigas.

Te explico: quizás deseas salir de ese patrón de relaciones tóxicas, tal vez luchas con la auto-aceptación, puede que desees desprenderte de conductas que te hacen daño, quizás se trate de una decisión que sabes que necesitas tomar, por tu bien, pero que requiere un gran sacrifico y renuncia de tu parte o bien, cual fuera la causa de la situación que hoy te hastía y deseas cambiar; la realidad es esta: en tus propias fuerzas quizás logres cambiar actitudes y/o hábitos, pero el cambio genuino viene desde adentro, de un alma tallada con fuego, tal como el hierro necesita ser sometido a altas temperaturas para poder ser moldeado en una hermosa hoja; es por esto que necesitas introducir a Dios en la ecuación.

Verás, cuando hablamos de resistencia, nos referimos a la oposición que surge ante la acción de una fuerza y a la capacidad que desarrollamos para soportarla. Así que cuando nos resistimos –consciente o inconscientemente– a los cambios que Dios nos demanda para hacer de nosotras nuestra mejor versión, nos encontramos oponiéndonos a Dios mismo y a la obra de su fuerza liberadora, sanadora y restauradora en nuestras vidas.

Por ese motivo –y por si no lo sabías– lo más difícil para Dios no es hacer un milagro, ¡es tratar con nuestra mente y nuestra voluntad!, porque la resistencia al cambio es algo propio de nuestra naturaleza caída. Por esa razón, Jesús fue claro cuando dijo: «te digo la verdad, a menos que nazcas de nuevo, no puedes ver el reino de Dios», (Juan 3:3).

¿Quieres ver la mano de Dios en tu vida?, ¡eso es genial! Pero apliquemos la lógica con base en lo que acabamos de leer arriba: nacer de nuevo, es renacer; entonces, ¿qué hace falta para renacer? Morir; pero no físicamente, sino a tu ego, a la lógica y a tu voluntad. Veamos qué más nos dijo Jesús al respecto:

«El ser humano solo puede reproducir la vida humana, pero la vida espiritual nace del Espíritu Santo. Así que no te sorprendas cuando digo que tienen que nacer de nuevo», (Juan 3:6-7, NTV).

Así como el ave fénix renace de sus cenizas, Dios desea que le permitas a su Espíritu ayudarte a renacer en Él, conforme a lo que Él desea y ha establecido para ti.

Como verás, no es por tus propios medios ni en tus propias fuerzas que lograrás cambiar ese «no sé qué» que hay en ti y te hace ser como eres, impidiéndote avanzar. El cambio genuino tampoco vendrá conforme a tus propios términos ni será como piensas, porque con Dios no se negocia y sus métodos, por lo general, carecen de lógica alguna; Dios simplemente desea que le creas, te pongas en sus manos, confíes en Él y en su voluntad para ti, aunque al principio parezca un reto o sea doloroso. Lo maravilloso de todo esto es que ¡puedes estar tranquila de hacerlo! O sea, estamos hablando de Dios, ¿acaso Él podría dañarnos o hacernos una mala jugada? ¡Por supuesto que no! Él nunca miente y cuida de nosotras mejor que nadie.

Amiga, en tus manos está el destino que Dios ha escrito para ti, un futuro único, lleno de paz, restauración, amor genuino, felicidad, sabiduría, salud… uno que tu mente finita no alcanza a vislumbrar o concebir, pero para que eso llegue, necesitas declararle la guerra a tu mente y voluntad a fin de abrir paso a la voluntad de Dios, el experto en la materia.

Por esa razón, «hay que morir, no se vale desmayarse». ¿Ahora lo entiendes? Mientras la cáscara de tu vida no se quiebre, la semilla que hay en ti, no podrá florecer.

«Ustedes saben que el grano de trigo no produce nada, a menos que caiga en la tierra y muera. Y si muere, da una cosecha abundante», (Juan 12:24). 

#MujerInspírate

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Andrea Colina

Comunicadora Social/Periodista. Escribo, luego existo. Amante del buen cine y de los retrogames. Creativa por gracia multiforme.
JESÚS: mi verdad absoluta.

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