las chicas que me habitan

Las chicas que me habitan

Llevo atadas al cuello la suma de muchas mujeres, todas ellas, como una representación del pasado, presente y futuro. Una extensión infinita de verdades, de aciertos y desaciertos. Cuerpos y mentes femeninos que me dan identidad. Las chicas que me habitan me llevan a completarme y me obligan a hacer un flashback, en donde aún pareciera escuchar las voces infantiles y los pasitos palpitantes de la niñez.

Mi reflexión apunta a volverme a las mujeres que he traído conmigo desde siempre y sentarlas a tomar café a mi lado, esto como un acto de agradecimiento y dignificación por poder mirarnos en el espejo y reconocernos en un solo engranaje. Reconocernos en el nombre que llevamos, en las risas, en lo estruendosas o en lo pacíficas que somos; en lo humanas, en lo terrenales o espirituales.

Aquí una defensa a la libertad de escudriñarnos y ver a la cara a quienes nos asaltan por la espalda: las chicas que nos habitan desde que comenzamos a entender la existencia, las complejidades y los sobresaltos, las montañas rusas y los letargos. Un repaso por los estados internos de desconciertos, de necedades de cada etapa vivida, pero también, de plenitud soñada de intuiciones y esplendores.

Se trata de una conexión representativa de épocas y edades, como un reconocimiento merecido, un descubrimiento de los distintos tipos de mujeres que nos integran.

La conexión simbólica que me transporta de nuevo a los vestiditos color rosa, a las muñecas de trapo y a las maquinitas de coser. A las baladas que sonaban duro en casa y a la salsa romántica de Eddie Santiago y Víctor Manuelle. Volverme a los libros de páginas amarillas y a las caminatas soleadas hacia la biblioteca pública a merodear entre Gossain, Hemingway y Onetti. La exploración de Beauvoir, los concursos de escritura creativa, los agites universitarios y laborales; las opciones definitorias de vida.

Una colección de escenas de mis mujeres sentidas. La energía infantil, las ansiedades extendidas propias de la adolescente, la madurez camuflada en sinsabores, las batallas reales, los frutos merecidos, las responsabilidades y reivindicaciones propias de la mujer adulta.

Las chicas que me habitan están llenas de sueños implorados a Dios, de abstracciones; de milagros concedidos, éxitos merecidos, coqueterías fugaces, logros excitantes, de cientos de globos de colores que quedaron sin inflar, tormentas y sosiegos…

Los tantos momentos de quitarnos la corona y ponernos la armadura.

Un repaso a los instantes de obstinación que trae consigo la juventud, a los amores eternos, las mariposas en el vientre y los minutos gloriosos del enamoramiento. Un repaso a los disfraces en las fiestas, a las salidas antes de medianoche. Los afanes por crecer, la premura por lograr, los diálogos sobre futuros inciertos, matrimonios, hijos, trabajos y viajes soñados.

Ellas, las chicas que me habitan, son un cúmulo de instantes empujados por añoranzas, por voluntades infantiles, por vanidades de muchachas de dieciocho y obstinaciones maduras.

Mi reflexión tiene hoy un tono más romanticón y ¡cómo no!, si pensar en las mujeres que me han hecho guardia me lleva a repasarme cómo soy, a hacer una especie de catarsis ineludible y pasearme con risas y enojos por los instantes más íntimos de evocación; esto como el ejercicio de reafirmación, de nutrir la personalidad y el carácter que surge de concebir, no una vida estática, sino en pleno movimiento.

Una inspección propia de mis avatares y mis cadencias.

El tono romántico del canto a la energía femenina. Como el aquelarre ensimismado de las chicas que me habitan —y me representan—. De sus patrones y sus rasgos. El complemento que sosiega y que enciende, que me lleva a repensar de un solo tirón lo que en ellas soy y lo que necesito.

#MujerInspírate

 

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Diana Mile Saldarriaga

Periodista. Comunicadora Social. Se dedica a la investigación y realización de contenidos periodísticos y formatos de entretenimiento para televisión. Cree en las mujeres auténticas, sin fachadas, las de los aciertos y las torpezas, las del perdón propio. Le apasiona comprar libros, leerlos, releerlos y pintarlos con lápices de colores.

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