El poder del reconocimiento femenino
¿Por qué somos tan mezquinas en nuestro reconocimiento hacia las demás?, ¿por qué edificar la imagen y enaltecer el papel que tienen otras mujeres puede resultar una tarea complicada para muchas?
Considero que la cultura de reconocimiento y el poder de expresión entre mujeres cada día se tornan más débiles.
Cada vez es más fuerte esa banalidad que lleva a pensar que halagar a la otra –sea una cualidad, rasgo o característica de su personalidad o su físico– es un acto que pone en desventaja a quien la expresa. Sin caer en generalidades, he visto –especialmente en los contextos donde más mujeres hay– una dificultad enorme para engrandecer, agradecer y otorgar merecimiento a quien es de nuestro mismo sexo.
Sin embargo, reitero, no intento generalizar en que todas las mujeres son mezquinas en su forma de ver a las demás. También están aquellas que ponen primero el valor de la otra antes de ver sus imperfecciones, las que aplauden los logros ajenos sin recelos y las que admiran la grandeza de las batallas que no son propias.
Las hay sinceras, exentas de hipocresía o simulación. Estas son tan espontáneas que –lejos de experimentar cualquier clase de remordimiento o ambivalencia– aplauden las caras bonitas y las curvas soñadas de la otra sin necesidad de desvirtuar lo que otras mujeres representan, porque no sienten que ese cumplido va a empobrecerles la imagen propia ni a robarles puntos en la cancha.
Si es válido hablar desde mi propia experiencia, pocas veces he tenido problema en distinguir o identificar a una persona por sus cualidades o méritos propios. Tengo un carácter que me lleva decir lo que en realidad admiro y me desagrada de la otra.
Con una intención desprendida por completo de la victimización, me acostumbré a no sufrir por los elogios que me faltan o por los que añoro recibir más a menudo.
En cambio, aprendí a aplaudirme a mí misma por el valor que tiene lo que veo frente al espejo; por mi trabajo, mi plan de vida, lo que digo o hago. Eso también es reconocimiento femenino.
No voy a negar que sentirse admirada y querida por las demás es importante, finalmente eso dignifica y motiva; pero preferí no depender de lo que la otra suponga de mí o –para ser más banal– del concepto que la otra tenga de mis nalgas, mi rostro o mi manera de actuar.
¿Qué pasa con el reconocimiento femenino en la red?
Queda fácil pensar que entre más abundan cuerpos perfectos y perfiles notables en las plataformas virtuales, más poder de reconocimiento existe hacia otras mujeres que vemos; pero no es así.
El mundo virtual es uno y la vida real es otra.
Reconocer detrás de la pantalla y a tan solo un paso del provocador menú de filtros fotográficos, es fácil. Elogiar a un click ¡es tan sencillo!, hacerlo no da pánico ni es amenazante. Lo impersonal, por supuesto, siempre será menos abrumador, pues no vemos a la cara; así cuesta poco trabajo mentir y escabullirse.
Por otro lado, resulta cómodo ser morboso, impasible e indiferente. Los likes remotos están de moda, pero los likes sentidos y mirando a los ojos son un bien escaso.
En la vida real –como yo la llamo– resulta menos intimidante criticar y crucificar que perdonar y enaltecer.
Nos hemos acostumbrado a ver a la otra como una amenaza, lo que desencadena en una sarta de celos y envidias insustanciales que anulan el poder de expresividad y enaltecimiento hacia otras mujeres.
Aprendamos también a aprobar a las otras y practiquemos más el reconocimiento femenino. Seguro que por aplaudir la belleza de las demás no vas quedarte sin la tuya.
#MujerInspírate